No había cumplido todavía diecinueve años cuando contrajo matrimonio con Manuel Benito Codolosa de veintiuno, residente en San Hipólito. La preparación de los contrayentes sería la acostumbrada en aquellos tiempos: un examen somero sobre oraciones y fórmulas de catecismo, sin, quizás ulteriores instrucciones sobre el origen, objetivos del matrimonio que Cristo elevó a la dignidad de sacramento, como signo de su desposorio con la Iglesia, a la que ama con amor esencial, constante y sacrificado, para que tal sea la sublimación del amor de los esposos cristianos, que rebasa y está situado por encima del “sexo” y de su “erosis”, para convertirse en “ágape” o amor de caridad.
Teresa tenía de la integridad conyugal ideas claras y distintas, nacidas de su talento natural, religiosidad y aleccionamientos de su buena y experimentada madre. Intuía, también, que de la favorable situación de la comunidad conyugal dependía el bienestar de la familia. Así se desprende de cuanto dice en su autobiografía acerca de la celebración familiar de su boda.
“Después de la ceremonia fuimos a casa con todo el acompañamiento que consistía en padres y hermanos. Luego nos fuimos a una ermita en la que se veneraba una imagen de la Virgen de devoción popular. Rezamos el rosario pidiéndole su bendición.Y pasamos allí el resto del día. Al anochecer volvimos a casa para cenar en familia. Finalmente nos despedimos para volver cada uno a su casa. No prolongamos la sobremesa para evitar bromas”.
El ideal de Teresa sobre su matrimonio se desvaneció momentáneamente, muy pronto. El carácter de Manuel no era equilibrado, legando con facilidad a los límites de una cólera mas reprimida. Malhumorado siempre, de ánimo desigual y mal talante, escapándosele frases de mal gusto, tal vez llegara a proferir palabras ofensivas a Dios y a las cosas santas. Todo eso lo tuvo a buen recaudo durante las relaciones prematrimoniales. Anduvo con amigotes que le incitaran a divertirse, y aun a vivir mal en su nuevo estado. Su esposa se mantiene serena y prudente confiando en Aquel que todo lo puede y la conforta. Se apoyó también en la alta valoración de los consejos de su madre, a la que abre, como siempre, su corazón.
Fiel imitadora de Santa Mónica triunfa sobre su marido, y le convierte. Vence la cólera , y demás defectos de Manuel, con las armas de la dulzura, la paciencia y la plegaria. Calla, soporta y aguanta. Buscaba el momento oportuno para hablarle diciéndole interiormente: “una palabra blanda calma la ira, una respuesta áspera enciende la cólera”. Predica con el ejemplo. Es ama de casa ideal Gobierna su pequeño reino con la ley del Espíritu que es de suavidad y unción.
Manuel retornó a Dios, a Cristo y a la Iglesia. Rezaba y recibía con frecuencia los sacramentos. Con fino y delicado humor le dijo un día a su esposa: “Tú has equivocado el camino”. Y, como vaticinando, sin saberlo, agregó: “debiste hacerte monja”… Manuel llegó de la mano de Teresa a penetrar, de alguna manera, en el Misterio de Cristo, a quien veía en el pobre necesitado, que más de una vez se sentó a su mesa comentando luego: “Qué dicha la nuestra hoy. ha sido como si hubiese venido nuestro Señor y hubiese comido con nosotros”.
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